Conducir bien no es solo saber no tener accidentes. Es también no olvidar que el coche no perdona la rutina. A todos nos pasa: los trayectos diarios se vuelven tan automáticos que dejamos de pensar en ellos. Doblamos la misma esquina, aparcamos en el mismo hueco, miramos el mismo semáforo. Hasta que un día algo cambia —un peatón distraído, un coche mal aparcado, una llamada a destiempo— y ese automatismo se rompe.
La mayoría de los conductores con experiencia no tienen accidentes por falta de habilidad, sino por exceso de confianza. Y esa, precisamente, es una de las trampas más peligrosas de la carretera.
1. La rutina: el modo piloto automático del cerebro
El cerebro es eficiente: automatiza todo lo que puede. Conducir, al principio, exige atención total; pero con el tiempo, muchos gestos se vuelven reflejos. Cambiar de marcha, frenar o mirar los espejos ya no requieren pensar.
Esa automatización nos permite conducir sin fatiga, pero también reduce el nivel de alerta. El 60% de los accidentes se producen de camino al trabajo.
El síndrome de la línea blanca es un fenómeno que afecta a algunos conductores, sobre todo en trayectos largos y monótonos, cuando el conductor entra en una especie de estado hipnótico o trance mientras fija la vista en la línea blanca del borde o del centro de la carretera durante mucho tiempo. No está dormido del todo, pero su nivel de atención y reacción disminuye drásticamente. Es como si el cerebro se desconectara por un momento, manteniendo los movimientos automáticos (seguir el carril, acelerar, frenar ligeramente) pero perdiendo la capacidad de responder ante imprevistos.
2. Los datos lo confirman
Los siniestros más frecuentes en zona urbana son colisiones por alcance y despistes en intersecciones conocidas. En autopistas, en cambio, predominan los accidentes por somnolencia o distracción prolongada.
Y según la Dirección General de Tráfico, uno de cada tres accidentes leves ocurre a menos de cinco kilómetros del domicilio del conductor.
No es casualidad. Los trayectos rutinarios generan confianza, y la confianza, mal gestionada, se traduce en relajación: mirar el móvil “solo un segundo”, ajustar la radio en marcha o conducir pensando en la lista de la compra.
3. Los tres síntomas de la conducción confiada
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Desconexión mental. Vas conduciendo, pero tu cabeza está en otra parte. Llegas al destino sin recordar detalles del recorrido.
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Microrriesgos asumidos. Saltarse un stop “porque nunca viene nadie” o frenar tarde “porque controlas el coche”.
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Falsa seguridad. Creer que los años al volante bastan para compensar un segundo de distracción.
La confianza en sí misma no es peligrosa; lo es cuando sustituye a la atención.
4. Cómo mantener la atención en trayectos conocidos
La buena noticia es que el antídoto contra la rutina es la conciencia activa. Algunos hábitos sencillos ayudan a mantener el foco:
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Variar los trayectos. Cambiar de ruta, aunque sea ligeramente, obliga al cerebro a prestar atención.
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Revisar la postura y los espejos al iniciar cada viaje. Un pequeño ritual que “reinicia” la atención.
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Evitar distracciones previsibles. Muchas distracciones son evitables: Teléfono silenciado, cinturón ajustado, cinturón del acompañante bien colocado antes de arrancar.
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Usar los descansos para reconectar. En trayectos largos, parar cada dos horas no es solo una recomendación: es un reseteo mental.
5. El entorno también cambia, aunque tú no lo notes
Una señal nueva, un paso de peatones recién pintado o una obra mal señalizada pueden alterar el escenario habitual. Cuando conducimos en automático, esos cambios pueden pasar desapercibidos.
Por eso, incluso los conductores con miles de kilómetros a sus espaldas pueden verse sorprendidos por situaciones que no esperaban… simplemente porque esperaban lo de siempre.
La atención, como los neumáticos, se desgasta si no se revisa.
6. La rutina también afecta a la reacción emocional
Hay otro efecto menos visible: la tolerancia al estrés. Cuando el conductor confía demasiado, su reacción ante lo inesperado suele ser más lenta o brusca.
No es que haya olvidado conducir, sino que su mente tarda unas décimas más en pasar del modo “automático” al modo “alerta”.
En conducción, unas décimas pueden marcar la diferencia entre un susto y un accidente.
7. Lo que puedes hacer desde hoy
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Piensa antes de arrancar: ¿cómo estoy hoy?, ¿tengo sueño, prisa o distracción?
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Cuestiona tus hábitos: si haces algo “porque siempre lo haces así”, probablemente necesite revisión.
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Usa la tecnología con cabeza: los asistentes ayudan, pero no sustituyen la atención.
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Planifica tu día para no conducir con prisas. La velocidad mental suele ser peor que la del cuentakilómetros.
La seguridad vial no depende solo de la carretera, sino de la mente del conductor que la recorre.
8. Y cuando todo falla…
Incluso con buena atención, nadie está libre de un imprevisto: un golpe leve en un atasco, un coche que frena sin motivo o un despiste ajeno.
Ahí entra en juego la tranquilidad de contar con un seguro de coche, un seguro de moto a terceros o a todo riesgo, de VMP, o de Movilidad Personal que responda ante esos incidentes.
El mejor conductor no es el que nunca se equivoca, sino el que se prepara para que los errores no se conviertan en problemas mayores.
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