Esta historia sucedió hace pocos años. Ángel M., taxista de profesión, y con una gran sensibilidad artística por la lectura y la poesía.
Le gustaba desde siempre jugar con las palabras. Ya en el colegio sacaba buenas notas en literatura, aunque en las demás, la verdad, no era tan bueno. Se pasaba muchas horas del día leyendo y ello redundaba en que el esfuerzo para sacar las otras asignaturas se resintiera. Al principio leía libros de ciencia ficción. Y poco a poco su imaginación empezó a volar. Se inventaba historias y más tarde fue pensando que él también podía escribir algo. Siempre le encontró sentido a la literatura, y pasó de los de ciencia ficción a leer libros de literatura universal y ensayos sobre la creación literaria.
También leyó mucho sobre novela romántica, lenguaje que ha sabido utilizar para ser todo un galán con las mujeres. Pero bueno, no era de este aspecto de su vida del que nos habló principalmente Ángel.
De siempre quiso escribir un libro, pero no sacaba tiempo para ponerse delante de una hoja en blanco, ya que comenzó a trabajar con su padre, iniciando así su profesión de taxista.
Sobre el taxi, ya sabía bastante por todo lo que su padre contaba en casa. Y es ahí donde encontró el enganche con la escritura: seguro que él sabría transformar en historias atractivas, las simples anécdotas que contaba su padre.
A medida que pasaba el tiempo veía que su dedicación al trabajo junto a su tiempo de ocio mermaban las horas que podía dedicar a escribir. Y ahí fue cuando pensó que, si no podía escribir un libro, escribiría poesías, poesía moderna, claro está, nada de eso de rimar que está ya pasado de moda. A él le gustaba la escuela del versolibrismo. Así, cuando estaba en una parada, aprovechaba para coger su cuaderno de notas y escribir de manera espontáne con su imaginación.
Nos contaba Ángel que escribía una poesía muy cotidiana, sobre la belleza de las cosas simples. Y nos preguntó que si habíamos visto la película Paterson, que trataba de un conductor de autobuses que en sus ratos libres escribía poesía sobre cosa cotidianas, como una caja de cerillas.
Esa película le había emocionado y le había llegado muy profundo. En esencia, los dos –el protagonista de la película y él eran conductores de un servicio público- y eso creaba muchas sinergias.
En una ocasión subió a su taxi un escritor muy reconocido. Empezaron a hablar, y Ángel no pudo resistir la tentación de confesarle su pasión por escribir.
Su cliente acudía como conferenciante a un congreso sobre el poeta William Carlos Williams, casualmente, uno de sus escritores sobre el que había leído bastante. Ni corto ni perezoso, después de llevarle a la dirección que le había indicado, minutos después decidió asistir por voluntad propia a la conferencia, siempre y cuando no le pusieran ninguna pega para acceder al recinto. Estaba seguro de que resultaría muy interesante y enriquecedora.
Efectivamente así, fue. El escritor explicaba durante su intervención cosas que a Ángel le sonaban a chino sobe el proceso creativo, la elección de palabra, el ritmo, la eufonía, y esas cosas.
Al término del congreso el escritor le reconoció, y le sorprendiéndole su asistencia. El escritor agradeció su presencia y aprovechó para pedirle si podía llevarle de regreso al hotel.
Ya en el taxi, conversaron sobre la exposición de los temas tratados, y el escritor le preguntó a Ángel, que le había parecido:
- Bueno, por mi parte, -respondió Ángel-, creo que necesito aprender más sobre construcción poética.
- Eso le pasa a muchos –le contestó el escritor-. A los que les gusta leer se creen que escribir es fácil y no se dan cuenta de que eso es la habilidad del autor por hacerlo fácil. Había una representante de escritores muy famosa que decía que el problema en España era que había más escritores que lectores.
- Diijo Ángel: Entonces usted cree que...
- Usted puede hacer lo que quiera, pero si piensa que va a poder vivir de la escritura no creo que sea la mejor opción…
- Entiendo, ¿pero si le envío mis poemas los leería y me daría su opinión?
- Si claro, envieme uno de sus mejores poemas, y le prometo leerla y darle mi opinión.
Ángel le remitió por correo uno de sus mejores poemas a la dirección que le había indicado. A los pocos días recibió una respuesta rápida y muy sincera en la que le decía, en resumidas cuentas, que siguiera siendo un escritor de ratos libres y un buen amateur de la lectura... Vamos, que no era lo suyo como para dedicarse a ello como profesinal.
Ángel, sigue trabajando con el taxi. Su hobby preferido sigue siendo la lectura y dsfruta de ello todo lo que puede. Nos dijo, y presume de ello, que aunque lo más grande que hace, además de dedicarse con todo su cariño al Taxi, es inculcar a sus hijos desde muy pequeños eso tan extraordinario y hermoso que abre tantas ventanas a mundos diferentes, como es la lectura, leyendo junto a ellos.