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22/05/2018 (actualizado: 25/05/2023)

Una boda de cine

En esta historia todo sale bien. No es la típica de Romeo y Julieta, de amores encontrados por disputas familiares, pero tuvo sus problemillas. Al final, fueron felices y comieron perdices.

 

La historia nos la contaron dos taxistas Manolo y Ramón, que fueron, no protagonistas, pero si parte de esta historia de amor. Entendámonos, no de amor entre ellos sino del amor entre Claudia y Julián.
Claudia era la hija de Leandro, un taxista recién jubilado antes de tiempo porque no podía seguir ejerciendo su profesión por temas de salud. La pensión le daba para vivir pero sin muchas alharacas. Aquí, su mujer también le echaba una mano porque era una especialista en hacer milagros con el dinero que entraba en casa.
Eso sí, seguía muy ligado a sus compañeros de profesión y no se perdía una partida de dominó o el aperitivo de los domingos. Y por supuesto, ir al cine con su mujer una vez por semana. Pero nada más.
Pues eso, Claudia empezó a salir con un chico colombiano, el Juli, (Julián Carlos), pero Leandro le puso inmediatamente el Juli que, en aquella época era un niño que toreaba becerradas en México. Leandro, tan taurino bautizó al novio de su hija así, y así se quedó con el beneplácito de todos, porque llamarle Julián Carlos a nadie le sonaba muy familiar.
Leandro empezó a temblar cuando los novios le manifestaron su deseo de casarse. Había dinero para unos "aperitivos", pero no para una boda por todo lo alto, por muy de pocas pretensiones que fuera, porque el problema, por así decirlo, era que iba a venir la familia de é,l y algunos amigos íntimos de la familia de toda la vida.
La familia en Colombia tampoco andaba boyante y Leandro sabía que no se esperaban nada del otro mundo. Pensaba en que el viaje ya era bastante oneroso y por tanto, él quería corresponderlos de la mejor manera: hacer una boda sin lujos, pero que fuera del agrado, sobre todo, de los que venían del otro lado del charco.
En la partida de dominó de los jueves, siempre dos mesas como mínimo, Leandro puso encima de la mesa la cuestión de la celebración de la boda. Las ocho personas allí reunidas, aportaban posibles soluciones pero ninguna era factible, porque lo de endeudarse con los bancos no iba con los criterios económicos de Leandro, sobre todo ahora, que el único dinero que entraba era el da la pensión.
El jueves siguiente, Manolo comentó que había estado hablando con un amigo, dueño de un restaurante, y que para unas 40 personas como mucho, les podría habilitaríun salón que tenia hace poco tiempo por algunas mejoras que quería acometer. Le haría muy buen precio y por supuesto muchas facilidades de pago.
Leandro hizo números y al final decidió que si se ajustaba los machos con los gastos podría pagar en poco tiempo al restaurante. También quería que la familia colombiana no pagara hotel, puesto que se iban a quedar una semana. Eso resultó mucho más fácil porque cuatro amigos taxistas de los de la partidas del dominó ofrecieron el "cuarto de invitados" de sus casas y así solucionado fácilmente (lo de cuarto de invitados era un eufemismo porque eran los cuartos de sus hijos que ya se habían largado de casa, unos para casarse, otros para vivir su vida, aunque algunos de ellos volvieron -algunos divorciados, otros sin trabajo- y el cuarto de invitados volvió a ser el cuarto de “la niña o del niño”).
Luego estaba lo de enseñarles Madrid y alrededores. Pero también se ofrecieron sus amigos.
Leandro cada vez estaba más animado. La familia llegaría dos días antes de la boda y luego se quedarían una semana más. Lo tenía todo preparado para ofrecerles una bonita boda, emotiva como no podía ser de otra manera.

Y ahora no se asusten, pero cuatro días antes de la boda sucedió el desastre. Aparecieron muchísimas humedades en suelos y paredes del restaurante del amigo de Manolo, después de tres días de lluvias intensas, que hacían imposible la celebración de la boda en este lugar.
Dando vueltas para intentar dar con una solución, de repente a Ramón se le ocurrió algo extraordinario. Un hijo suyo trabajaba de ayudante de decoración en una película que se estaba rodando en un palacete en las afueras. La casa era bastante aparente, y por su particular estética lo habían elegido para el rodaje, el cual contaba con amplias y elegantes estancias.
Cuando se lo comentó a su hijo, éste no salía de su asombro que su padre le pidiera poder celebrar allí la boda, parecía una locura.

- Me dijiste que teníais contratado este palacete por tres semanas ¿qué más te da dedicar el domingo, que no hay rodaje, a montar un banquete?
- Bueno, padre, se lo comentaré al realizador y al productor. Y porque es Claudia, porque es su boda, y porque viene la familia de Colombia, y porque…

Enseguida se lo comentó al realizador y al productor, que después de esos segundos de incredulidad, se miraron entre sí y dijeron.
- De acuerdo, pero con una condición: que les podamos grabar.
- ¿Cómo? Respondió el hijo de Ramón
- Sí, nosotros les dejamos el salón comedor decorado con muebles chippendale y ellos nos dejan grabarles. Seguramente nos sirva para algo.
El hijo de Ramón no sabía que decir y fue a contárselo a su padre, a continuación, se lo contaron a Leandro y le pareció una gran idea.
Todo salió como se esperaba. Ya no hubo ningún contratiempo más y la celebración fue espectacular: la comida rica, rica, totalmente casera, que habían preparado los amigos de las partidas de dominó y habían colocado a algunos de sus hijos de camareros con los esmóquines alquilados para tal ocasión.
El realizador y el productor se integraron inmediatamente en la fiesta, sobre todo cuando empezó la música el productor se lanzó a bailar cumbias con la tía colombiana del Julián, aunque eso ya será otra historia que se la comentaremos si viene al caso.
Al final lo grabado nunca fue utilizado comercialmente pero si le hicieron un montaje que salió todavía mejor de lo esperado. ¡Quedó de cine!
Lo dicho, se casaron, fueron felices y comieron perdices.

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