La historia que nos cuenta Alfonso G.H. nos parece particularmente interesante porque nos dice como se puede aprovechar cualquier situación para tener más inquietudes profesionales y personales.
“Esto me pasó hace muchos años". Eran los años ochenta y tantos y yo estaba empezando en el taxi. Salí de mi casa como otros tantos días pensando en cómo se me daría la jornada. No llevaba ni cinco minutos cuando me para un señor armado con varias cámaras fotográficas. Iba con un maletín y pensé que a lo mejor podía ir al aeropuerto, lo que no estaría nada mal para empezar.
Pero lo que resultó fue muchísimo mejor y, lo que es más importante, me marcó un poco para el resto de mi vida.
El cliente, Manfred –no me acuerdo de su apellido-, un americano afincado temporalmente en Madrid era fotógrafo profesional y le habían encargado un reportaje sobre el románico en Madrid y cercanías. Me contrató por todo el día. Maravilloso. Maravilloso por contratarme todo el día, a mi lo del románico me daba un poco lo mismo.
La primera parada me sorprendió: el Retiro. ¿Románico en el parque del Retiro? Pues sí, quedan los restos de la iglesia de San Isidoro al lado de la casita del Pescador. Y yo sin enterarme.
La siguiente parada fue Carabanchel, la iglesia de Santa María de la Antigua. Yo había pasado varias veces por ahí, pero nunca me había dado cuenta de su importancia arquitectónica. Le acompañé en su recorrido, e incluso le dije que si le levaba el maletín, pero parece ser que a los fotógrafos no les gusta que nadie toque sus cosas. Por lo menos, lo que hacia era vigilar el maletín, aunque en el interior de la iglesia, precioso por cierto, no había nadie. Todavía está de buen ver, si exceptuamos las pintadas de algunos gamberros.
De Carabanchel cogimos la carretera de Burgos y llegamos a Talamanca del Jarama. A mí ya me había picado la curiosidad. Manfred me explicaba ciertas cosas que hacía que viera la iglesia de una forma diferente. Con cada explicación aumentaba mi curiosidad y notaba que me iba enganchando. Fotografió el “Ábside de los milagros” y la iglesia de San Juan Bautista, además de lo que queda de la muralla árabe y el puente medieval de origen romano.
Cuando acabamos en Talamanca nos acercamos a La Cabrera. El convento de San Antonio es realmente una maravilla y me sorprendió no solo no haberlo visto, sino no haber oído hablar de él nunca.
Cuando acabamos el recorrido, le dije que contase conmigo para acompañarle a hacer más reportajes. Manfred se dio cuenta de que había conseguido que me interesase por la arquitectura antigua y le agradó mucho.
Me llamó como unas cinco veces más y para mí fueron unos viajes estupendos e igual de interesantes que el primero. Luego se fue a residir a nueva York y le perdí la pista.
Yo me interesé más por el tema y decidí sacarle partido profesional. Me presenté en varias agencias de viajes –de las de la época- y les propuse que si tenían algún cliente que estuviera interesado en el románico cerca de Madrid contactasen conmigo porque yo además, de llevarles como conductor, me ofrecía como guía. Dos al precio de uno.
Mi afición por el románico se acrecentó y en mis días libres mi mujer y yo nos íbamos por los pueblos cercanos a Madrid -incluido Segovia, Avila y Toledo- a pasar el día y ver “piedras” como nos decían nuestros hijos.
Casi todos los meses, tenía algún viaje concertado por las agencias de viaje y además de ser un buen ingreso, era un día casi casi de fiesta para mi.
Y todo esto, debido a la ¿casualidad? de que cuando Manfred bajó a la calle, yo pasaba por allí”.