Hasta ahora, pensábamos que las neuronas estaban en el cerebro, pero ¿sabías que tu intestino tiene más de 200 millones de neuronas? Sí, has leído bien. No solo es el encargado de digerir lo que comes, también se comunica constantemente con tu cerebro.
Lo que pasa en tu sistema digestivo no se queda solo en el estómago: puede influir en tu estado de ánimo, en tu energía diaria e incluso en la forma en que manejas el estrés. Cuidar tu intestino no es solo una cuestión de evitar molestias, es una forma de mejorar tu salud global.
Por eso, es necesario saber por qué tu intestino es tan importante y cómo puedes cuidarlo con pequeños gestos diarios.
La relación entre el intestino y el cerebro es tan estrecha que ya se habla del eje intestino-cerebro. Ambos órganos están conectados por una red de nervios y sustancias químicas que se comunican en ambas direcciones. Por ejemplo, cuando estás nervioso antes de un examen o una presentación, puedes sentir un “nudo en el estómago” o tener ganas de ir al baño. Eso no es casualidad.
Más del 90% de la serotonina, la hormona relacionada con la felicidad se produce en el intestino. Si tu digestión no funciona bien o tu flora intestinal está desequilibrada, eso puede afectar también a tu ánimo.
Además, el estrés crónico puede alterar el ritmo intestinal, provocando diarreas, estreñimiento o gases. Así que, cuidar tu intestino es también cuidar tu bienestar emocional.
Tu intestino no está solo. En su interior vive un ejército de bacterias buenas, hongos y otros microorganismos que forman lo que se llama la microbiota intestinal. Se calcula que hay más de 100 de estos pequeños habitantes, y su equilibrio es clave para una buena salud.
Puedes imaginar tu microbiota como un jardín interior: si lo cuidas, florece y te protege. Pero si abusas de los alimentos ultraprocesados, tomas antibióticos sin necesidad o llevas una vida muy estresante, ese equilibrio se rompe y pueden aparecer problemas digestivos… y mucho más.
Una microbiota sana refuerza el sistema inmunológico, mejora la digestión y hasta influye en el peso corporal y la claridad mental.
La buena noticia es que puedes cuidar tu intestino con gestos simples, sin necesidad de dietas estrictas ni productos milagro. Aquí van algunos consejos fáciles y efectivos:
La fibra alimenta a tus bacterias buenas. Encuéntrala en frutas, verduras, legumbres, frutos secos y cereales integrales.
Un plato lleno de colores (rojos, verdes, naranjas, morados…) suele ser rico en nutrientes y beneficioso para tu microbiota.
El agua ayuda a que tu intestino funcione con fluidez. Si vas poco al baño, puede que te falte hidratación.
Yogur natural, kéfir, chucrut, kimchi o kombucha pueden aportar bacterias beneficiosas (probióticos) de forma natural.
El estrés prolongado perjudica tu intestino. Prueba con respiración consciente, paseos, música o actividades que te relajen.
El ejercicio moderado estimula el tránsito intestinal. Caminar, bailar o montar en bici son buenas opciones.
Así como hay alimentos y hábitos que ayudan a tu microbiota a florecer, también hay otros que pueden dañarla o desequilibrarla. No se trata de eliminarlos para siempre, sino de conocerlos y moderarlos. Aquí van algunos ejemplos:
La comida rica en azúcares añadidos, harinas refinadas y aditivos artificiales alimenta a las bacterias “menos buenas” y empobrece la diversidad del ecosistema intestinal.
Aunque son esenciales cuando los receta un médico, su uso excesivo puede arrasar con las bacterias buenas junto con las malas. Siempre que tomes antibióticos, acompáñalos con una dieta rica en probióticos y fibra.
El estrés mantenido en el tiempo altera el equilibrio de la microbiota, favorece la inflamación intestinal y puede provocar molestias digestivas.
Un descanso insuficiente afecta al ritmo intestinal y al equilibrio de las bacterias. Dormir bien también es una forma de cuidar tu flora.
Pasar muchas horas sin moverse ralentiza la digestión y también influye en la diversidad de la microbiota.
Aunque no lo veas, tu intestino suele enviar señales bastante claras cuando algo no va bien. Estas son algunas que conviene no ignorar:
Hinchazón o gases frecuentes
Cambios continuos en el ritmo intestinal (estreñimiento o diarrea)
Dolor abdominal sin causa aparente
Mal aliento persistente
Fatiga o sensación de pesadez sin razón
Picores o erupciones cutáneas (sí, también puede estar relacionado)
Un intestino sano suele funcionar de forma regular, sin molestias, y sin necesidad de estar “pendiente” de él. Además, cuando tu digestión es buena, también lo notas en tu energía, en tu estado de ánimo e incluso en tu piel. No hace falta obsesionarse, pero si estos síntomas se repiten, puede ser una buena idea consultar con un profesional de la salud o revisar tu alimentación y tus hábitos diarios.
Cuidar de tu intestino es mucho más que evitar una indigestión. Es invertir en salud, en energía y en bienestar emocional. Los especialistas del cuadro médico de un seguro de salud te pueden orientar para que, con pequeños cambios diarios, puedas conseguir grandes resultados.
Recuerda: tu intestino también piensa… y cuando lo tratas bien, todo tu cuerpo lo agradece.
Para más información:
Sociedad española de microbiota, probióticos y prebióticos
Microbiota, Alimentación y Salud
El microbioma humano. Su papel en la salud y en algunas enfermedades